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JEFAS

Campaña informativa sobre mujeres en cargos de responsabilidad


 

3. Techo de cristal I.

Como inmigrantes en Sildavonia

 

Una Orientadora Laboral en condiciones de acceder a un puesto de responsabilidad tiene que hacer frente al habitual "techo de cristal", esa barrera invisible que pone un tope a tus aspiraciones, si eres mujer. Pero no de un cristal normal, sino de cristal blindado. Porque cuando consigue llegar, trabaja sola y encerrada entre cuatro paredes también de cristal, porque el resto de sus compañeros son hombres. Una orientadora laboral en un puesto de responsabilidad hace su trabajo, en una especie de juego de rol, en el que no hay papeles femeninos, sólo formas de trabajo masculinas. Pero ella tampoco puede jugar como un hombre. Salir de la encerrona significa sustituir el concepto de "Jefe" por el de "Persona Responsable". Y tampoco es fácil. Para ello, la propia organización tendría que trabajar con responsabilidad. Y así, una caja dentro de la otra y ésta dentro de la otra y ésa dentro de la otra.

 

¿Qué es el Techo de Cristal?

Se ha recogido la denominación de techo de cristal para las trabas con las que topan las mujeres que ocupan cargos directivos, a la hora de ascender verticalmente en la jerarquía de las empresas o entidades públicas y privadas en las que desarrollan su actividad. Esa barrera invisible que limita el trabajo de la mujer que ocupa puestos de responsabilidad, en todo tipo de organizaciones (sin ir más lejos, en entidades dedicadas a la orientación sociolaboral), debería limitarse a ser un techo de cristal. Pero es mucho más que eso.

 

En poco tiempo, el techo de cristal se ha quedado corto para explicar completamente la situación. Tras haber alcanzado una determinada posición de poder, las mujeres se encuentran con una estructura social masculina, con métodos masculinos, redes de comunicación interna masculinas y, principalmente, con compañeros de trabajo masculinos. Y en el ámbito profesional, donde están en juego los principales roles sociales de dominación, la definición del concepto de masculinidad o feminidad no es nunca inocente.

 

Las reglas del juego son masculinas, en tanto que creadas por hombres que "no quieren" ver en su entorno de trabajo de alta responsabilidad a mujeres. Lo sepan o no, el caso es que "no quieren". Y esas limitaciones que enfrentan a las mujeres con sus compañeros de trabajo del mismo nivel laboral y profesional se levantan como un muro invisible, no escrito y sin advertencia previa de su existencia: un muro de cristal.

 

Las mujeres que ocupan cargos de responsabilidad se encuentran realmente encerradas en una urna de cristal, un cajón transparente que, desde fuera, muestra a una mujer en un puesto de poder, pero, desde dentro, transforma a esa mujer en una persona ciega condenada a terminar chocando hacia arriba, hacia los lados e incluso hacia abajo: la que abandona no suele recuperar el estatus inferior anterior, sino que tira la toalla. El enfrentamiento a este tipo de situaciones frustrantes ha llegado a provocar estados depresivos en muchas mujeres. También hay que tener eso muy en cuenta. Porque imaginar las consecuencias de la urna de cristal como exclusivamente sociales, profesionales o laborales es deshumanizar a las mujeres, contribuir a su transformación en una entidad extraterrestre a la que le suceden cosas rarísimas, mientras el resto asistimos al espectáculo. No es así y no debemos olvidarlo.

 

Los datos

Según la Encuesta de la Población Activa (EPA) correspondiente al primer trimestre de 2003, un 54,4 % de la población total española con estudios universitarios eran mujeres, frente -conviene resaltar la diferencia- al 45,6 % que eran varones. Pero las cifras delatan el oscuro panorama en el que las mujeres buscan (y encuentran) empleo, porque la Tasa de Actividad femenina ascendía al 42,73 %. En cambio, la masculina se elevaba por encima del 67 %.

 

En cuanto a las mujeres directivas españolas, la EPA de 2003 recoge datos desalentadores. En nuestro país, apenas un exiguo 2 % de los puestos de alta dirección están ocupados por mujeres. El 45,06 % de las mujeres gerentes se encargaba de una "empresa sin personal asalariado", el 26,55 % gerenciaba firmas con menos de 10 personas en plantilla y sólo el 15,64 % dirigía sociedades con más de 10 personas contratadas. El 27,27 % restante de mujeres en puestos directivos trabajaba en el sector público. Es decir, que la mujer directiva española es todo un éxito en el autoempleo -lo que tampoco es fácil-, pero un genuino fracaso en la empresa tradicional.

 

 



 

 

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