ORIENTADORES Y TECHO DE CRISTAL Por el cabezazo, como método de aprendizaje

 

 

2. Ensayo sobre el Estereotipo

 

Hombre tenías que ser. Expresión vejatoria, con la que se le adjudican a cualquier persona del género masculino absolutamente todos los defectos achacables sólo a algunas personas de género masculino.

Los hombres no saben aparcar. Expresión vejatoria que va más allá de su propio significado directo, porque amplía el concepto genérico de ineptitud. Es creencia generalizada entre muchas mujeres que aparcar un vehículo es el apartado más sencillo de la conducción, al tiempo que se considera que la conducción es una actividad para la que sólo se precisan las mínimas habilidades. Con esta expresión, se quiere contagiar a todo el género masculino de los atributos de incompetencia, nulidad, torpeza, necedad, despreocupación y/o negligencia.

Los hombres no entienden los documentos técnicos. Otro concepto que va más allá de su directo significado. En el imaginario femenino, está muy extendida la creencia de que todas las personas del género masculino están absolutamente incapacitadas para la comprensión de conceptos de carácter técnico. Con ello, se encasilla a todos los hombres dentro de las labores en las que históricamente les ha arrinconado la cultura tradicional, como los juegos de naipes, la descarga de bultos pesados o la degustación generalmente incontrolada de bebidas espirituosas.

Los hombres son compasivos y débiles. La tradición femenina rechaza de manera generalizada la capacidad de liderazgo del hombre, adjudicándole un espíritu débil que se centra más en los aspectos primarios y superficiales, careciendo de capacidad de proyección en el futuro. Por esta razón, se traslada a los hombres un comportamiento lacrimoso y fácilmente influenciable, quedando sólo para las mujeres los valores de firmeza en las decisiones, energía, dureza de carácter y una capacidad de visión de futuro que se sobrepone a las consideraciones más inmediatas.

Ha venido a buscar novia. Se trata de una de las expresiones más características del habla femenina, con la que se contagia a todos los hombres de una cierta obsesión por la búsqueda de una pareja estable, con la que formar una familia de intención duradera. Su utilización continuada genera el convencimiento de que los hombres carecen de capacidad de autogobierno vital y de la voluntad de ser parte activa de la sociedad. De este modo, el hombre estaría siempre supeditado a una mujer, de la que dependería emocionalmente.

A través del estereotipo de género, la sociedad clasifica a hombres y mujeres en los lugares que la cultura tradicional les adjudica. Asimismo, a través del estereotipo de género, la cultura tradicional se vacuna contra cualquier posible cambio, porque introduce valores sociales en nuestro inconsciente colectivo. Esta vacuna es tan efectiva, que no es extraño que incluso muchas mujeres compartan valores que las marginan, dentro de la sociedad en que viven. Y que, por supuesto, las alejan de los centros de gestión y de toma de decisiones, que es el objetivo real perseguido. Se trata de algo muy visible, cuando nos enfrentamos a despreciables culturas que sobran en el siglo XXI y que, por definición, deberían extirparse sin contemplaciones y de manera urgente: burka o cualquier forma de ocultación física obligatoria de la mujer, ablación, negación de derechos, penas específicas para determinados delitos (si los comete una mujer), tipificaciones de delitos basadas en criterios sociales del siglo XII (antes de Cristo, claro)... Y un largo y lamentable etcétera. Sin embargo, sociedades supuestamente avanzadas, como la nuestra, esconden también la trampa del estereotipo, como fórmula de marginación de la mujer, tendente a evitar que alcance determinadas cotas sociales. Que es el mismo objetivo real perseguido. Sólo que aquí, somos más elegantes. Aplicados al hombre, alcanzan las cotas más altas del ridículo, prueba de que quienes se los inventaron sólo podían ser hombres.

 

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